Usurpación
del mensaje de Jesús
En el fondo era todo una cuestión de poder. Que
Cristo fuera el Mesías era fundamental para el
funcionamiento de la Iglesia y el Estado. Son muchos los
estudiosos convencidos de que la Iglesia primitiva usurpó
literalmente a Jesús de sus seguidores, secuestrando su
verdadero mensaje, cubriéndolo con el manto impenetrable
de la divinidad y usándolo para expandir su propio poder.
La gran mayoría de los cristianos con formación
conoce la historia de su fe. Jesús fue sin duda un hombre
muy grande y poderoso. Las maniobras políticas soterradas
de Constantino no empequeñecen la grandeza de la vida de
Cristo. Nadie dice que fuera un fraude, ni niega que haya
inspirado a millones de personas para que vivan una vida mejor.
Lo único que decimos es que Constantino se
aprovechó de la gran influencia e importancia de
Jesús y que, al hacerlo, le dio forma al cristianismo,
convirtiéndolo en lo que es hoy.
La Biblia de
Constantino
Como Constantino «subió de
categoría» a Jesús cuatro siglos
después de su muerte, ya existían miles de
crónicas sobre su vida en las que se le consideraba un
hombre, un ser mortal. Para poder reescribir los libros de
historia, Constantino sabía que tenía que dar un
golpe de audacia. Y ese es el momento más trascendental de
la historia de la Cristiandad. Constantino encargó y
financió la redacción de una nueva Biblia que
omitiera los evangelios en los que se hablara de los rasgos
«humanos» de Cristo y que exagerara los que lo
acercaban a la divinidad. Y los evangelios anteriores fueron
prohibidos y quemados. Todo el que prefería los evangelios
prohibidos y rechazaba los de Constantino era tachado de hereje.
La palabra «herético» con el sentido que
conocemos hoy, viene de ese momento de la historia. En
latín, hereticus significa
«opción».
Los que optaron por la historia original de Cristo
fueron los primeros «herejes» que hubo en el mundo.
Por suerte para los historiadores, algunos de los evangelios que
Constantino pretendió erradicar se salvaron. Además
los manuscritos del Mar Muerto se encontraron en la década
de 1950 en una cueva cercana a Qumrán, en el desierto de
Judea. Y también están, claro está, los
manuscritos coptos hallados en Nag Hammadi en 1945. Además
de contar la verdadera historia de María Magdalena, esos
documentos hablan del ministerio de Cristo en términos muy
humanos.
Evidentemente, el Vaticano, fiel a su tradición
oscurantista, intentó por todos los medios evitar la
divulgación de esos textos. Y con razón. Porque con
ellos quedaban al descubierto maquinaciones y contradicciones y
se confirmaba que la Biblia moderna había sido compilada y
editada por hombres que tenían motivaciones
políticas: proclamar la divinidad de un hombre,
Jesucristo, y usar la influencia de Jesús para fortalecer
su poder. Aun así, es importante tener en cuenta que los
intentos de la Iglesia moderna para acallar esos documentos nacen
de una creencia sincera en su visión de Cristo.
El Vaticano está integrado por unos hombres muy
píos que creen de buena fe que esos documentos sólo
pueden ser falsos testimonios. Tienen razón cuando dicen
que el clero moderno está convencido de que esos
documentos son falsos testimonios. Y es comprensible. La Biblia
de Constantino ha sido su verdad durante siglos. Nadie
está más adoctrinado que el propio adoctrinador. Lo
que se quiere decir es que adoramos a los dioses de nuestros
padres y que casi todo lo que nuestros padres nos han
enseñado sobre Jesús es falso.
Libros sagrados y
fe
«Muchos han comerciado con ilusiones y falsos
milagros, engañando a la estúpida multitud».
«La cegadora ignorancia nos confunde ¡Oh, Miserables
mortales, abrid los ojos!» Leonardo da Vinci se refiere a
la Biblia. Todo lo que le hace falta saber sobre ese libro puede
resumirse con las palabras del gran doctor en derecho
canónico Martyn Percy. «La Biblia no nos
llegó impuesta desde el cielo.» La Biblia es un
producto del hombre, no de Dios.
La Biblia no nos cayó de las nubes. Fue el hombre
quien la creó para dejar constancia histórica de
unos tiempos tumultuosos, y ha evolucionado a partir de
innumerables traducciones, adiciones y revisiones. La historia no
ha contado nunca con una versión definitiva del
libro.
Para la elaboración del Nuevo Testamento se
tuvieron en cuenta más de ochenta evangelios, pero
sólo unos acabaron incluyéndose, entre los que
estaban los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. La ironía
básica del cristianismo es que la Biblia, tal como la
conocemos en nuestros días, fue supervisada por el
emperador romano Constantino el Grande, que era pagano. El Nuevo
Testamento estaba basado en invenciones. Todas las religiones del
mundo están basadas en invenciones. Esa es la estricta
definición de lo que es la fe, la aceptación de lo
que imaginamos verdadero pero que no podemos demostrar. Todas las
religiones describen a Dios recurriendo a la metáfora, a
la alegoría y a la exageración, tanto en el antiguo
Egipto como en las clases de catequesis de las parroquias. Las
metáforas ayudan a nuestra mente a procesar lo
improcesable. El problema surge cuando empezamos a creer
literalmente en las metáforas que nosotros mismos hemos
creado. Los historiadores somos contrarios a la
destrucción de documentos, y nos encantaría que los
estudiosos de las religiones dispusieran de más
información para que pudieran hacer una mejor
valoración de la excepcional vida de
Jesús.
La Biblia representa una guía fundamental para
millones de personas en todo el planeta, de un modo parecido a lo
que representan el Corán, la Torah, y el Canon Pali para
las personas de otras religiones. Si tuviéramos la
ocasión de hacer públicos unos documentos que
contradijeran las historias sagradas de la fe musulmana, de la
judía, de la budista, de la pagana, ¿estaría
bien que lo hiciéramos? ¿Deberíamos dar la
voz de alarma y decirle a los budistas que tenemos pruebas de que
Buda no salió de una flor de loto? ¿O de que
Jesús no nació de una virgen, en el sentido literal
del término? Los que entienden de verdad sus religiones
saben que esas historias son metafóricas.
Los cristianos más devotos creen literalmente que
Cristo caminó sobre las aguas, que convirtió el
agua en vino y que nació de una virgen. En eso
precisamente consiste la alegoría religiosa, que se ha
convertido en parte del tejido de la realidad. Y aunque vivir en
esa realidad ayuda a millones de personas a resistir y a ser
mejores, parece que esa realidad es falsa.
Los Evangelios
Gnósticos
Son las copias de los rollos de Nag Hammadi y del Mar
Muerto. Los primeros documentos del cristianismo. Curiosamente,
no coinciden con los evangelios de la Biblia. Del evangelio de
Felipe, por ejemplo: Y la compañera del Salvador es
María Magdalena. Cristo la amaba más que a todos
sus discípulos y solía besarla en la boca. El resto
de discípulos se mostraban ofendidos por ello y le
expresaban su desaprobación. Le decían: ¿Por
qué la amas más que a todos
nosotros?.
En arameo, la palabra «compañera», en
esa época, significaba literalmente «esposa».
«Y la compañera del Salvador era María
Magdalena.» En otros párrafos se daba a entender de
manera clara que Magdalena y Jesús mantenían una
relación sentimental. Del evangelio de María
Magdalena: Y Pedro dijo: «¿Ha hablado el
Salvador con una mujer sin nuestro conocimiento?. ¿Debemos
darnos todos la vuelta y escucharla?. ¿La prefiere a
nosotros?» Y Levi respondió: «Pedro, siempre
has sido muy impetuoso. Ahora te veo combatiendo contra la mujer
como contra un adversario. Si el Salvador la ha hecho digna,
¿quién eres tú para rechazarla?. Seguro que
el Salvador la conoce muy bien. Por eso la amaba más que a
nosotros.»
La mujer de la que hablan, es María Magdalena.
Pedro sentía celos de ella, porque Jesús la
prefería. La causa iba mucho más allá del
mero afecto. En ese pasaje de los evangelios, Jesús intuye
que pronto lo capturarán y lo crucificarán. Y le da
a María Magdalena instrucciones para que ponga en marcha
la Iglesia una vez Él ya no esté. En consecuencia,
Pedro expresa su descontento por tener que ser el segundón
de una mujer.
Pedro era machista. Según estos evangelios no
manipulados, no fue a Pedro a quien Jesús encomendó
crear la Iglesia cristiana. Fue a María Magdalena. La
Iglesia debía ser dirigida por una mujer, ese era el plan.
Jesús fue el primer feminista. Pretendía que el
futuro de su Iglesia estuviera en manos de María
Magdalena. Y a Pedro no le hacía demasiada gracia. En
La última cena se nota que Leonardo da Vinci era
muy consciente de lo que el apóstol Pedro sentía
por María Magdalena. En la obra, Pedro se inclina con
ademán amenazador sobre María Magdalena y le pone
la mano en el cuello como si fuera una cuchilla. También
del grupo de discípulos que rodeaban a Pedro emerge una
mano, que sujeta una daga. Todavía más raro es que
si se cuentan los brazos, esa mano no es de nadie. Carece de
cuerpo. Es anónima. Todo esto convierte a María
Magdalena en la mujer de sangre real. Son pocos los que saben que
María Magdalena, además de ser la mano derecha de
Jesús, ya era una mujer con poder. María Magdalena
perteneció a la Casa de Benjamín. Sin duda,
María Magdalena descendía de reyes. No era pobre. A
Magdalena la hicieron pasar por ramera para eliminar las pruebas
que demostraban sus poderosos lazos familiares. Pero
¿qué había de importarle a la Iglesia
primitiva que tuviera sangre real? No era su sangre lo que
preocupaba a la Iglesia, sino su matrimonio con Jesús, que
también descendía de reyes. Cuando se dice que el
Santo Grial es «el cáliz que contenía la
sangre de Cristo»… se está hablando, en realidad,
de María Magdalena, del vientre femenino que perpetuaba la
sangre real de Cristo. Pero María Magdalena
perpetuaría la sangre real de Cristo si tuvieran un hijo.
La verdad mejor disimulada de toda la historia de la humanidad.
Jesús no sólo estaba casado, sino que era padre. Y,
María Magdalena era el Santo Receptáculo. Era el
cáliz que contenía la sangre real de Jesús.
Era el vientre que perpetuaba el linaje, y el vino que
garantizaba la continuidad del fruto sagrado. Pero
¿cómo se pudo mantener oculto tantos años un
secreto tan importante? —¡Por Dios!. Oculto
precisamente no ha estado. La perpetuación de la sangre de
Cristo ha sido el origen de la leyenda más duradera de
todos los tiempos: la del Santo Grial. Desde hace siglos, la
historia de María Magdalena se ha gritado a los cuatro
vientos en todo tipo de metáforas y en todos los idiomas
posibles. Se ve por todas partes. Y los documentos del Santo
Grial contienen la prueba de que Jesús tenía sangre
real. Toda la leyenda del Santo Grial es en realidad sobre la
sangre real de Cristo. La palabra Santo Grial puede
descomponerse, como se hace habitualmente, para formar las
palabras Sangre real.
La
prostituta
— ¿La prostituta? Esa palabra suena a
insulto!. —Magdalena no lo ¡era!. Esa desgraciada
idea errónea es el legado de una campaña de
desprestigio lanzada por la Iglesia en su primera época.
Le hacía falta difamar a María Magdalena para poder
ocultar su peligroso secreto: fue la esposa de Jesús. La
Iglesia primitiva necesitaba convencer al mundo de que
Jesús, el profeta mortal, era un ser divino. Por tanto,
todos los evangelios que describieran los aspectos,
«terrenales» de su vida debían omitirse en la
Biblia. Por desgracia para aquellos primeros compiladores,
había un aspecto «terrenal» especialmente
recurrente en los evangelios: María Magdalena. Y,
más concretamente, su matrimonio con Jesús.
Está documentado históricamente. Y no hay duda de
que Leonardo tenía conocimiento de ello.
Hieros
Gamos
El acto sagrado de unión sexual natural entre
hombre y mujer a través del cual ambos se complementaban
espiritualmente, se había reinterpretado como acto
vergonzante. Los impulsos sexuales naturales fueron demonizados.
La ceremonia religiosa Hieros Gamos se practica desde hace
más de dos mil quinientos años. Los sacerdotes y
sacerdotisas egipcios la celebraron con frecuencia para honrar el
poder reproductor de la mujer. Aunque parecía un rito
sexual, no tenía nada que ver con el erotismo. Se trataba
de un acto espiritual. Históricamente, el acto sexual era
una relación a través de la cual el hombre y la
mujer sentían a Dios. Se creía que el hombre y la
mujer eran espiritualmente incompletos hasta que tenían
mutuamente conocimiento carnal. La unión física
entre hombre y mujer era un medio a través del cual
podían llegar a la plenitud espiritual y alcanzar
finalmente la gnosis, el conocimiento de lo divino. Mediante la
común unión de la mujer y el hombre podían
alcanzar un instante de clímax en el que sus mentes
quedaban totalmente en blanco y veían a Dios. El orgasmo
era una oración, un clímax de una fracción
de segundo totalmente desprovista de pensamiento, un
brevísimo vacío mental. Un momento de clarividencia
durante el que podía adivinarse a Dios.
Los gurús dedicados a la meditación
alcanzan estados similares de vacío de pensamiento, el
Nirvana, sin recurrir al sexo y suelen describirlo como un
orgasmo sin fin. El sexo engendra la vida, el milagro más
extraordinario. La capacidad de la mujer para albergar vida en su
vientre la hace sagrada, divina. La relación sexual era,
así, la unión de las dos mitades del
espíritu humano, la masculina y la femenina, a
través de la cual el hombre podía hallar la
plenitud espiritual y la común unión con Dios. La
ceremonia no tenía nada que ver con el sexo, sino con la
espiritualidad. El ritual del Hieros Gamos no es una
perversión. Es una ceremonia profundamente sacrosanta:
"Los celebrantes se mueven y entonan cánticos a la luz
parpadeante de unas velas naranjas. Las mujeres y los hombres se
disponen alternados, blanco, negro, blanco, negro. Los hermosos
vestidos de gasa de ellas se mecen cuando levantan las esferas
doradas con la mano derecha y entonan al unísono:
«Yo estaba contigo en el principio, en el alba de todo lo
sagrado, te llevaba en el vientre antes de que empezara el
día.» Las mujeres bajan las esferas y todos se
inclinan hacia delante y hacia atrás como en trance. Hacen
reverencias a algo que hay en el centro del círculo. Ahora
las voces recitan más alto y más deprisa. —
¡La mujer que contemplas es el amor! —entonan,
volviendo a levantar las esferas. — ¡Y tiene su
morada en la eternidad! —responden los hombres. Los
cánticos vuelven a coger velocidad. Aceleran. Se tornan
frenéticos, cada vez más rápidos. Los
participantes se unen en el centro y se arrodillan. Sobre un
altar en el centro de un círculo está un hombre
tendido, desnudo, boca arriba, y lleva puesta una máscara
negra. Sobre él sube una mujer con máscara blanca y
el pelo suelto que cae por su espalda. Se mueve al ritmo de los
cánticos, haciendo el amor. La salmodia, más
parecida ahora a una canción, alcanza su tono más
agudo y febril en un enloquecido crescendo. Con un ronco sonido
varonil repentino, aquella estancia parece entrar en la
erupción de un clímax…". El sexo en las
religiones antiguas era un camino hacia Dios. La tradición
hebrea primitiva incluía ritos sexuales. «Y en el
Templo, nada menos.» Los primeros judíos
creían que el sanctasanctórum en el Templo de
Salomón albergaba no sólo a Dios, sino
también a su poderosa equivalente femenina, la diosa
Shekinah. Los hombres buscaban la plenitud espiritual acudiendo
al templo a visitar a las sacerdotisas —o
hierodulas—, con las que hacían el amor y
experimentaban lo divino a través de la unión
carnal. El tetragramaton judío YHWH —el nombre
sagrado de Dios— derivaba en realidad de Jehová, una
adrógina unión física entre el masculino Jah
y Havah, nombre prehebraico que se le daba a Eva.
Para la Iglesia primitiva, el uso del sexo como
comunión directa con Dios era una amenaza a los cimientos
del poder católico. Su autoproclamado papel como
único vehículo hacia Dios quedaba en entredicho.
Por razones obvias, hicieron todo lo que pudieron para demonizar
el sexo, convirtiéndolo en un acto pecaminoso y sucio.
Otras grandes religiones hicieron lo mismo. Tanto lo que hemos
heredado de la antigüedad como nuestra propia
fisiología nos dicen que el sexo es algo natural, un bello
camino hacia la plenitud espiritual, y sin embargo las religiones
actuales lo ven aún como algo pecaminoso y nos
enseñan a temer a nuestro deseo sexual como a la propia
mano del demonio. Más de diez sociedades secretas de todo
el mundo —muchas de ellas bastante influyentes—
siguen practicando ritos sexuales y mantienen vivas las antiguas
tradiciones. El personaje de Tom Cruise en la película
Eyes wide shut lo descubre cuando en una reunión
privada de neoyorquinos de clase alta es testigo de un Hieros
Gamos. Aunque los realizadores de la película no
reflejan los pormenores del acto correctamente, lo esencial
estaba ahí. Una sociedad secreta en comunión,
participando de la magia de una unión sexual.
"La próxima vez que ustedes varones
estén con una mujer, busquen dentro de su corazón y
pregúntense si son capaces de ver el sexo como un acto
místico, espiritual. Desafíense a ustedes mismos
para ver si son capaces de hallar esa chispa de divinidad que el
hombre sólo alcanza a través de la unión con
la divinidad sagrada".
La
sobrevaloración de lo masculino
Los días de las divinidades femeninas
habían terminado. El péndulo había oscilado.
La Madre Tierra se había convertido en un mundo de
hombres, y los dioses de la destrucción y de la guerra
estaban cobrando los servicios. El ego masculino llevaba dos
milenios campando a sus anchas sin ningún contrapeso
femenino. El Priorato de Sión creía que era esta
erradicación de la divinidad femenina en la vida moderna
la que había causado lo que los indios hopi americanos
llamaban koyinisquatsi—«vida
desequilibrada»—, una situación inestable
marcada por guerras alimentadas por la testosterona, por una
plétora de sociedades misóginas y por una creciente
pérdida de respeto por la Madre Tierra.
La
devaluación de lo femenino
La tradición del Priorato de perpetuar el culto a
las divinidades femeninas se basa en la creencia de que, en los
primeros tiempos del cristianismo, es decir, durante los albores
de la Iglesia, sus representantes más poderosos
«engañaron» al mundo, no le dijeron la verdad,
y propagaron mentiras que devaluaron lo femenino y decantaron la
balanza a favor de lo masculino. El Priorato cree que Constantino
y sus seguidores masculinos lograron con éxito que el
mundo pasara del paganismo matriarcal al cristianismo patriarcal,
lanzando una campaña de propaganda que demonizaba lo
sagrado femenino y erradicaba definitivamente a las diosas de las
religiones modernas.
Aunque nadie puede negar el enorme bien que la Iglesia
moderna hace en el atormentado mundo actual, no se puede aceptar
su historia de falsedades y violencia. Su brutal cruzada para
«reeducar» a los paganos y a los practicantes del
culto a lo femenino se extendió a lo largo de tres siglos,
y empleó métodos tan eficaces como
horribles.
La Inquisición publicó el libro que
algunos consideran la publicación más manchada de
sangre de todos los tiempos: el Malleus Malleficarum
—El martillo de las brujas—, mediante el que
se adoctrinaba al mundo de «los peligros de las mujeres
librepensadoras» e instruía al clero sobre
cómo localizarlas, torturarlas y destruirlas. Entre las
mujeres a las que la Iglesia consideraba «brujas»
estaban las que tenían estudios, las sacerdotisas, las
gitanas, las místicas, las amantes de la naturaleza, las
que recogían hierbas medicinales, y «cualquier mujer
sospechosamente interesada por el mundo natural». A las
comadronas también las mataban por su práctica
herética de aplicar conocimientos médicos para
aliviar los dolores del parto —un sufrimiento que, para la
Iglesia, era el justo castigo divino por haber comido Eva del
fruto del Árbol de la Ciencia, originando así el
pecado original.
Durante trescientos años de caza de brujas, la
Iglesia quemó en la hoguera por lo menos a cinco millones
de mujeres. La propaganda y el derramamiento de sangre han
surtido efecto. El mundo de hoy es la prueba viva de ello. Las
mujeres, en otros tiempos consideradas la mitad esencial de la
iluminación espiritual, están ausentes de los
templos del mundo. No hay rabinas judías, sacerdotisas
católicas ni clérigas (imanes)
islámicas.
La
satanización de la palabra izquierda
Ni siquiera la asociación femenina del lado
izquierdo iba a escapar de las difamaciones de la Iglesia. En
varios países, la palabra izquierda, o siniestra,
pasó a tener connotaciones muy negativas, mientras que la
derecha pasó a simbolizar corrección, destreza y
legalidad. Incluso en nuestros días, a las ideas radicales
se las considera «de izquierdas», al pensamiento
irracional regido por el «hemisferio izquierdo» y
cualquier cosa mala se dice que era
«siniestra».
Autor:
Rafael Bolívar
Grimaldos
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